viernes, 4 de julio de 2008

Ella me simpatiza

He traicionado a la vida. Me hice amiga de la muerte.

Tampoco tuve demasiadas opciones.
La cuestión empezó cuando estaba yendo a la facultad. Creo, no estoy segura, era jueves. Me acuerdo que ese día puntualmente no había tenido mucho hambre, por eso le dije a mi mamá que no me sirviera demasiado en el plato, que iba a ser al vicio.

Y uno está acostumbrado a encontrarse con todo tipo de personas… con ancianos que nos preguntan direcciones, mujeres que necesitan de nuestra atención para contarnos sus cotidianas anécdotas, seres humanos en general que nos preguntan la hora, hasta quizá, perros que nos persiguen hasta que se dan cuenta que no vamos a ningún lugar interesante, de todo eso uno está acostumbrado, pero no de cruzarse a la muerte, así, como una cosa casual y sin ceremonias…
Ese día, como iba diciendo, estaba con esa ansiedad sin explicaciones que a veces llegamos a sentir, no me esperaba nada extraño pero yo tenía el estómago cerrado y el corazón inquieto en el pecho. Se me estaba haciendo un poco tarde, como siempre, pero ésta vez era conciente. Salí a la puerta y vi que la parada estaba llena de gente, pensé que probablemente el colectivo aún no había pasado. Así que me relajé…
Cuando empecé a meterme en la multitud algo me llamó mucho la atención, alguien muy alto estaba apoyado en un cartel de kiosco y llevaba un vestido negro muy viejo, aunque mirando mejor después me di cuenta que era una túnica. No llegaba a divisarle el rostro, de la parada era la persona menos preocupada por llegar tarde, ni siquiera tenía reloj. Daba la impresión que sabía muy bien cuando tenía que irse y a dónde iba a llegar.
No le seguí prestando atención y me senté en un umbral a esperar lo que todos esperaban. Nadie en realidad se percataba de ese ser. Parecía que únicamente yo lo hubiera notado.
Pasaron casi cinco minutos cuando el sol que me calentaba las manos se fue tapando por una enorme sombra. Alguien se me acercaba. Me encerraba con su sombra, era la primera vez que una sombra tenía tanta autoridad. Levanté la cabeza y miré a ver de quién se trataba. Era ese ser de túnica negra, mirándome con cara serena, pero no humana, uno se da cuenta que está frente a una cara humana cuando sutilmente encuentra imperfecciones en las expresiones y los rasgos, la falla de la naturaleza. Pero ese ser era perfecto, no puedo decir que cercano a la divinidad, porque era oscuro y no me inspiraba paz.
Me dijo tres palabras: “Ya es hora”, yo no entendí mucho, pero supuse que me estaba diciendo que ya era hora de irme… a la facultad, de todas formas qué sabía ese ser de mí, no había suficiente lógica.
Afirmé con la cabeza creyendo que se trataba de un desquiciado y seguí con la mirada perdida. Pero no se iba. Ya no había sol que me calentara. Se hacía presente, casi impuesta en el hilo de mi devenir. Volví a mirarla o mirarlo. Y todavía ahí su cara serenamente terrorífica.


Me cansé y le pregunté qué necesitaba, “¿hay un bar cerca?” me contestó. “Si” le dije, “a la vuelta, pero para qué, no sé quién es usted y está empezando a asustarme…” lo decía mirando para todos lados a ver si alguno de los que estaban compartía mi desconcierto, pero nadie, sólo hablaba conmigo, ese era un momento invisible para los demás. “Si hay un bar, vamos, ahí podremos hablar…”, “no puedo” le dije “tengo clases, estoy llegando tarde y no voy a tomar café con desconocidos”, en ese momento su cara serena se transformó, su voz también “sé que estás llegando tarde, por eso vine a buscarte”, “¿tiene auto?” me burlé, no rió, era un ser que no reía ni manifestaba ningún signo de vitalidad.
No sé cómo acepté, no sé cómo hice lo que hice, muchas veces somos inconscientes de nuestros propios actos, y créanme, es cuando mejor nos salen las cosas.
De pronto estaba en un bar lleno de gente, con ese ser sentado frente a mi “pedíme un submarino” me dijo, al instante se acercó el mozo y me dijo “¿qué va a llevar?” como si estuviera sola, sin nadie más, cuando le pedí dos cosas me miró extraño. En ese preciso momento desperté, y me di cuenta que estaba interactuando con nadie, o mejor dicho, nadie era alguien, lo que yo estaba viendo. “No es preciso presentarme, tengo mi fama” me dijo, “como te decía, es tu hora y vengo a buscarte, ya se te está haciendo tarde y me molesta la impuntualidad”, sentí todo eso que se siente cuando se sabe la verdad, una verdad que parece disfrazada por nuestros propios miedos. Temblé, y le dije casi como una niña caprichosa “¿me voy a morir?”, tomó un sorbo de submarino y me miró, no dijo nada pero supe que dijo que si. “¡No!” grité, pero extrañamente nadie se percató, empezaba a hablar en la dimensión del silencio. “No” dije otra vez, “soy joven, amo leer y ver cine” empecé a llorar, “todavía no he conocido un verdadero amor, todavía no he viajado a dónde me gustaría, ni presencié un vuelo de nave espacial, ni le he dicho a mi perro cuánto lo quiero, ni tengo casa propia para adornar a mi gusto… todavía me queda tanto por vivir…” a la muerte se le escapó una lágrima y vi que su mirada brillaba, “¿Porqué morirme?,¿qué necesidad? ¡No tengo motivos!” supliqué. La muerte terminó el submarino y miró alrededor. “Nosotros no tenemos motivos… pero vos si muchos para vivir como veo”, de pronto sacó de un bolso que no había visto una libretita con muchas anotaciones y una birome, me miró con picardía, y me dijo “pero me dijiste que te gustaba el cine… a mí me encanta, pero cuando voy todos me miran, cuando me ven, con extrañeza, es por eso que estoy haciendo una lista de las mejores películas para verlas allá, en donde yo vivo, ¿me ayudás a hacer la lista?” en ese momento ya no parecía la muerte, sino una de esas amigas que tengo que me preguntan qué pueden ver un sábado a la noche. Encantada, qué más quería, le ayudé… se nos fue la tarde, pedimos más café. Pensé que ya no iba a morirme cuando me dijo “he pensado que podemos hacer un trato…”, no sé porqué me acordé del diablo en ese momento, pero no importa, prosiguió “yo no te llevo y espero a que puedas hacer todas esas cosas que me dijiste y más, pero… con la condición de que seas mi amiga”, acepté, una amiga extraña por cierto. Pero ahora pueden verme entrar al cine con alguien alto y vestido de negro, a veces compra pochoclo otras… elige películas de terror…

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