sábado, 4 de octubre de 2008

Ruido de fondo


En cualquier situación de la vida su corazón era importante. No su corazón, los latidos de su corazón. No se trataba tampoco de una cuestión simbólica en la que el órgano tenía un significado afectivo ni representaba al amor. Era el corazón en sí con sus latidos.

Tristán tenia una capacidad especial, casi un talento, para poder escuchar el ruido que el corazón hacía en su pecho cada vez que latía. A veces ese era el ritmo de su vida, a veces marcaba el tiempo subjetivo con el que medía las horas reales, y otras decía por él la gravedad del asunto.
Durante la noche su corazón también dormia. No creía en esa gente que decía que para estar vivo uno necesitaba el fluír permanente de la sangre bajando y subiendo del cuerpo, él estaba seguro de que mientras no hiciera nada, su corazón tampoco tenía porqué molestarse.
Existieron situaciones cruciales de su vida en las que los latidos habian sido tan fuertes que la gente se daba vuelta y preguntaba qué podría ser ese ruido. Una de las veces por ejemplo, fue cuando vio por primera vez a su mujer cruzando de una calle a la otra y mirando a todos lados con la mirada perdida. En realidad no sintió el enamoramiento en su pureza, sino más bien lo que ocurrió fue que sintió lo terrible que sería si a esa mujer la atropellaba un auto. En esos instantes las frecuencias de los latidos fueron mucho más esporádicas y fuertes, casi más fuertes que los caños de escape de los autos más destruídos. Muchas de las mujeres que iban de compras se detuvieron por un momento a escuchar con más detenimiento ese ruido. Tristán no sabía que su corazón estaba copando la avenida. Pero como consideraba que trabajaba según la necesidad que tuviera, intuía qué podría estar sucediendo. Su futura mujer ya había cruzado la calle y no le habia pasado nada. Y la gente seguía caminando con una intriga que seguramente espantaría al sueño por la noche.
Otra vez, cuando nació su hijo, el corazón de Tristán invadió la sala de espera y despertó a los bebés.

Pero ahora. Ahora que había pasado el tiempo. El corazón de Tristán estaba latiendo por cualquier cosa. No había cardiólogo que le dijera lo que esperaba. Todos salían con lo mismo. “Señor, el corazón tiene que latir siempre, sino se muere”. Y era tan poderosa su teoría, como todas las teorías que se refugian en el fondo de la certeza, que de ninguna manera lo podían convencer. Se trataba de algo tan simple como vivir. Sin embargo, si los latidos eran una especie de marcador de situaciones importantes y especiales en su vida, cómo podía ser posible que no dejara lugar para las que no lo eran. Si su corazón latía todo el tiempo para que él pudiera vivir, pero también representaba lo que vivía , su vida estaba invadida. Y él estaba invadido, y la vida no era tan simple, y vivir tampoco.
Durante las noches empezó a despertarse cada dos horas y a darse cuenta de que su corazón estaba latiendo y había estado latiendo mientras dormía. Una tremenda descilución, al borde del llanto lo obligaba a prender la luz para no sentirse tan solo. De a poco se estaba dando cuenta de que el órgano no dependía de él, sino que él dependía de su órgano.
Que no lo hubiera escuchado siempre no significaba que no hubiera estado funcionando. El ser humano convive con ese ruido todo el tiempo sin siquiera percibirlo, las únicas veces que se delata es ante el miedo y a través del estetoscopio de algún médico de turno. Recordó que cuando su hijo estaba en la panza de la madre tenía un latido permanente que él mismo podía escuchar con claridad. Pensó que antes de venir al mundo somos sólo un latido. Y en ese momento su corazón latió más fuerte.