martes, 30 de diciembre de 2008

El amor no es un nombre


Desde chicos nos enseñan a ponerle nombres a las cosas. “Padre”, “Madre”, “Abuelo”, “Abuela”, “Tía”, “Tío”, “Amigo”, “Novio”, etc. Nadie se plantea la posibilidad, al menos hasta hace unos segundos de escribir esto, que fácilmente podríamos pensar en desaparecer los límites de las palabras y empezar a crear términos propios, casi autóctonos, según nuestra comodidad, nuestra necesidad.

Dentro de las relaciones es mucho más difícil reconocer qué es cada uno. Quizá no es difícil, sino enteramente absurdo.

Marina y Álvaro eran algo así como amigos. No habían pensado en ningún momento que podrían ser otra cosa. Existían una serie de rituales cotidianos que llevaban a cabo para no dejar de ser lo que eran. Mantenían en vigencia las cosas que los estancaban en un nombre.
Se saludaban con un beso en la mejilla, reían de chistes que cada uno hacía de vez en cuando, se juntaban a tomar mate y hablaban por teléfono muchas horas. Se decían “te quiero”, pero nunca “mucho”. Pero más eran más las cosas que no hacían, no se rozaban, no se miraban, no se tocaban al menos sin darse cuenta, caminaban a la par pero lo suficientemente lejos para no chocar los codos, los sábados a la noche no salían juntos, los silencios entre ellos no existían porque la confianza los llenaba de palabras. No calculaban lo que no debían hacer, simplemente les salía porque eran concientes del lugar que ocupaban.
Sus padres les enseñaron que los amiguitos que son nena y nene deben comportarse con cuidado, porque hay cosas que Dios puso en la tierra para respetar, y una de ellas es ser hombre y ser mujer.
La escrupulosa relación no pudo durar demasiado. Los límites de la palabra que representaba la etiqueta de la relación se fueron poniendo cada vez más difusos. Aparecieron las dudas. Una incertidumbre asoma cuando las personas empiezan a andar dubitativas por la vida y se detienen cada diez minutos para pensar el próximo paso.
A Marina le empezó a parecer que Álvaro la estaba mirando como mujer, y eso le dio miedo. Él nunca hablaba de esas cosas con naturalidad, siempre lo demostraba de una manera muy sutil. Marina jamás hubiera pensado en la posibilidad de ver a su amigo como un hombre, su cabeza había puesto en un único lugar la relación.
Álvaro tampoco creyó que ese momento llegaría. Una noche, cuando ya no daba más de cansancio, tomó un libro que estaba a punto de suicidarse en el estante de su biblioteca. Ni recordaba qué autor era y hasta pensó que podría no ser suyo. De todas formas abrió una página al azar y leyó unas líneas que lo llenaron de luz, las palabras (que secretamente se habían puesto de acuerdo para sorprenderlo) decían algo así: “el hombre está condenado a los límites, su vida es una eterna geometría donde no debe confundir los vértices de un triángulo con los lados de un cuadrado”, después de leer esos renglones no pudo dormir en toda la noche. Marina a unos kilómetros tampoco cerraba los ojos, había visto una película en la que las personas elegían y cansadas de esa libertad lentamente iban renunciando a su autenticidad. Pensaba cómo la veía Álvaro o cómo la había visto siempre, y pensó también cómo se veía ella viéndose por él. Encontró un mecanismo humano muy frecuente: el enamoramiento repentino y desesperado, cuando uno descubre que alguien lo ama. Y mientras se escondía en las sábanas y tiraba al suelo los almohadones, recordaba imágenes muy breves en las que construía a su amigo de otra manera. Hacía un esfuerzo por imaginar un momento juntos, casi ni podía identificar las caras, porque había robado retazos actuales y los ponía en un tiempo que no existía. Las cosas que no han sido son como materia prima sin procesar, cualquier producto se ve feo y poco prolijo, pero muy definido en lo que es.
Sin saberlo, en el mismo momento y bajo la oscuridad, Marina y Álvaro se estaban enamorando sin verse. Ahora hacían el amor con las imágenes de lo que eran, ambos se construían como creían que siempre habían sido.
Algún día, seguramente, podrán decirse al oído cuánto estuvieron queriéndose en secreto mientras no lo sabían.