jueves, 25 de febrero de 2010

Creo que no

Acaba de entrar y golpea la mano contra el pizarrón como todos los días. Su autoridad es tan vieja como los muebles de esa aula. Otra vez trae ese libro de Darwin con teorías que no lo van a dejar dormir.

Dos horas de sermón y un enigma: qué viene ahora.

Es tarde y sigue pensando en lo mismo, su hermana se asoma y le dice que ya está la cena pero que no podrá digerirla. Pablo saca el libro de su almohada y lo relee, insiste en ese párrafo “los seres humanos estamos obligados a aprenderlo todo, incluso a aprender” su perro duerme y lo mira desde la esquina de la habitación, ha comido hace rato y ahora no espera nada, mañana tampoco.

La religión desde que nació y le mojaron la cabeza lo ha confundido y ahora no sabe quién es, está condenado a plantearse cada minuto de su vida qué hacer con ella, hay una especie de proceso inconciente que lo conduce siempre a un interrogante. No comprende que la complejidad es más insoportable si se le hace caso. La semana que viene prometió al cura Roberto que se confesaría porque él lo había visto cabizbajo y el perdón de Dios lo alegraría. Sin embargo no piensa en eso, piensa en lo difícil que es la vida con miedo, se acuerda que le pegaban por no rezar en la mesa y construir fuertes con las estampitas. Juego… a dónde quedó su juego con tantos principios, porqué siempre le tuvo que tener respeto a la nada, a ese vacío con el que se enfrentaba estando solo en la iglesia los miércoles y escuchando únicamente el eco de sus pasos.
Una vez más esa frase, aprender a aprender, aprender a ser lo que los otros quieren, a decir las cosas tal cual las dicen, a coincidir con el resto de la gente, a cuidarse de sí mismo y de ese ser que lo atropella por las noches mientras sueña con el sexo. Aprender a no ser…
Cree que en ese momento estallará su cuerpo y llenará de pecado la habitación. Un humano domesticado en una jaula del bien.

Ahora ya no acude al padre Roberto, nada de eso le da alegría.
Comenzó a des-aprender, y des-aprenderse de sí mismo, por eso es que se encuentra doble y triple y cuadruple, dando vuelta la esquina y llamándose por teléfono. Comprende, al fin o al principio, que no hace falta otro, sino él, él, él.