jueves, 9 de abril de 2009

Pérdida a la mitad



Hacía dos semanas que no la veía, o mejor dicho, que no había vuelto a ver la llegada de su sombra por la esquina y doblar para tomar el colectivo con él.

Los humanos tantas veces están junto a cosas que no descubren, podría hasta decirse que viven rodeados de lo mínimamente hermoso, pero es invisible, o está en el aire, y los ojos necesitan las formas para encontrarle un sentido a la existencia y valorarla. Lo bello es transparente, como el aire que deja alguien que pasa, y se transforma únicamente, en una ausencia perfumada.
Tristán había empezado a sentir ese vacío. Poco a poco su cuerpo se iba despojando de sensaciones, y terminaba aferrado, con furia, a una sola, la posibilidad de sentir algo por alguien. Quien entraba a su casa se olvidaba de lo que era una necesidad, un espacio asfixiado de cosas caras y de poca o ninguna utilidad. Toda su vida se había dedicado a conseguir lo novedoso, a querer sorprender a los otros con un objeto nuevo y único, nunca se preguntó para qué compraba esas cosas, ni tampoco si realmente lo quería. Con el tiempo lo que empezó a faltar de llenar fue su interior. Nadie puede armar un lindo living, ni poner unos cuantos floreros de cristal sobre la mesa del alma. Ahí adentro uno está solo y tiene que encontrar la manera de poblar ese terrible desierto.

Tristán no sabía que esto le estaba pasando, nunca lo supo. Todas las mañanas, cuando iba en colectivo a trabajar, millones de personas subían y bajaban dejando el mínimo rastro de haber estado allí. Caras anónimas iban y venían y a Tristán eso no le importaba. Aunque, todas esas mañanas en esa vorágine de dirigirse a alguna parte, alguien estaba. Una chica con ojos grises siempre se paraba al lado de Tristán y trataba de rozar su mano, nunca lo había podido lograr, porque él siempre optaba por el caño de arriba, y sin nadie saberlo, todos los días era una batalla constante en la que dos manos querían conocerse y tocarse, una lo sabía, la otra lo sospechaba.
La chica de ojos grises siempre bajaba en su parada absolutamente derrotada. Pensaba que no volvería a verlo, o que si lo veía, él tampoco la descubriría.
¿Y cómo se puede hacer para que alguna magia del tiempo, de esas que encantan a los árboles en invierno, produzca alguna especie de revelación momentánea, que modifique todos los odiosos órdenes existentes, y sacuda el frío con el que laten los corazones?, no, esas cosas no pueden suceder. Si puede suceder que Tristán, un día, se diera cuenta que la muchacha de los ojos grises lo estaba mirando. Justo en el momento en que ella tocaba el timbre, el colectivo frenaba y bajaba sin demasiado ritmo. Y ahí, en ese instante, él sintió que se le iban un montón de sensaciones nuevas de las que no se había apropiado, justo en el momento en que la puerta terminó de cerrarse y el colectivo volvió a arrancar. La mente es poderosa, o intenta serlo, para hacerle un favor a este muchacho sin esperanzas, le trajo un montón de recuerdos que había reprimido e iluminó su memoria. Casi como una suerte de film mudo de los años veinte, las imágenes se repetían con una melodía que sonaba a despedida. Recordó que ella siempre había estado sentada a su lado en la parada, y que llegaba justo diez minutos después de que él se sentara en un tronco parecido a un banquito. Supo que conocía su sombra mejor que nadie, y que podía distinguir de lejos el color de su bufanda.
Todas estas imágenes en su cabeza sólo representaban lo lejos que en ese momento la muchacha de ojos grises estaba. Probablemente cruzando una avenida muy transitada, o quizá llegando a su casa y buscando la llave en su cartera.
Tristán empezó a sentir que había perdido algo, algo que todavía no había tenido. Entendió que en un segundo, no sabía bien de qué día y de qué hora, una mínima posibilidad se le escapó, y se había parecido mucho al aire que en ese momento se iba de sus pulmones.
Ya no tenía demasiado de ella sin siquiera conocerla. Cuando iba volviendo para su casa se detuvo un momento y vio que su sombra se separaba lentamente de él hacia la esquina. Dos minutos después se iba con otra, la de la muchacha de ojos grises.

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