Hace dos días que tendría que haberlo hecho. Ayer, vi que empezaba a leer un libro y me dio pena que no pudiera terminarlo. Ahora, de nuevo, está sacando algo de su maletín con inquietud y pienso que puede llegar a ser algo que lo motive a seguir viviendo. Por ahora lo observo, pero realmente no estoy seguro cuándo apretaré el gatillo. Lo que me llevaría sacar la mano del bolsillo es el mismo tiempo en el que probaría un sorbo de café y eso es también disfrutar la vida.
Hoy lunes no ha sacado ese libro, puedo suponer que lo ha terminado de leer a la noche, quizá le ha llevado más de seis horas llegar al final y eso no lo ha dejado dormir. Es probable que elija leer para aprovechar sus últimas horas, horas que en realidad dependen de mí, y de lo que yo haga con este revólver.
Pasa la mañana entera y no sale de ese bar. Ya ha fumado demasiado y el mozo se ha cansado de traerle café. Les ha sonreído a dos nenes y ha mirado a dos mujeres solas. Por un momento intentó ponerse el sobretodo y salir, pero algo en la televisión que cuelga del techo lo ha obligado a volver a sentarse.
Creo que es mejor que salga, la sangre va escurrir por la vereda y llegar a la alcantarilla, ahí se mezclará con los orines y eses de la gente que en este momento cruzan la calle. La vida se irá callada, junto con el ruido del río de agua podrida. No sería bueno que en un bar tuvieran que limpiar muerte. Si hay algo que aprendí de ser asesino, es encontrar el lugar exacto donde darle fin a la gente. Cada persona, de manera distinta, tiene un lugar específico para morir, sino lo hace allí, puede suceder que en un tiempo no se lo recuerde.
Él debe morir en la vereda, justo al salir del bar, cuando ya haya pagado su último café y tirado su viejo cigarrillo.
Tengo hambre, pero no puedo moverme de aquí. Alguien entra. Una mujer con un niño, busca con la cabeza a alguien, a él. Se está sentando, el niño quiere irse, solloza. La mujer habla mucho y le muestra papeles. Pensé que había resuelto todo en su vida, que sólo le quedaba morir. Esto no tiene sentido. No puedo pensar en el fin de alguien con tantas personas vivas a su alrededor. La mujer lo está acariciando, llora. El niño sube a su falda, juega con su collar de perlas. Él la rechaza, quiere que se vaya y se está enojando. Saca algo de su maletín, no son los cigarrillos, es dinero, mucho dinero. Se lo da. La mujer se va y lo saluda desde la puerta con el niño en brazos que llora con desesperación. Pero yo no escucho nada, no escucho los sonidos del fin porque estoy con Bach en los oídos, siempre he dicho que la música clásica permite que la muerte sea más hermosa. Otra vez solo, otro cigarrillo. Creo que me vio… debo esconderme, ¿a dónde?, gira su cabeza, no puede haberme visto, el plan era lo inesperado, pero algo no puede ser más esperado que esto.
Necesito que deje de estar en contacto con la vida. Debe separarse de esa aureola que nos envuelve cuando caminamos y sabemos que nuestro fin está lejos, pero que somos finitos. Debe resignarse, debe terminar de fumar, de ver televisión, de mirar a la gente reír, al mozo secar los vasos, a la cajera contar billetes, a los viejos planear la muerte.
Un momento, está por salir, toma su sobretodo de manera definitiva y se despide del olor a café. El sonido de Bach lo llama. Está hipnotizado. Sale. Mano en el bolsillo, revólver helado que entra en contacto con la mano, dedo en el gatillo. Pasos de esclavo, llega a la esquina, metros de la alcantarilla. Dedo en el gatillo, dedo en el gatillo, fuerza. Un silencio. Una caída. Sangre infinita.
Hoy lunes no ha sacado ese libro, puedo suponer que lo ha terminado de leer a la noche, quizá le ha llevado más de seis horas llegar al final y eso no lo ha dejado dormir. Es probable que elija leer para aprovechar sus últimas horas, horas que en realidad dependen de mí, y de lo que yo haga con este revólver.
Pasa la mañana entera y no sale de ese bar. Ya ha fumado demasiado y el mozo se ha cansado de traerle café. Les ha sonreído a dos nenes y ha mirado a dos mujeres solas. Por un momento intentó ponerse el sobretodo y salir, pero algo en la televisión que cuelga del techo lo ha obligado a volver a sentarse.
Creo que es mejor que salga, la sangre va escurrir por la vereda y llegar a la alcantarilla, ahí se mezclará con los orines y eses de la gente que en este momento cruzan la calle. La vida se irá callada, junto con el ruido del río de agua podrida. No sería bueno que en un bar tuvieran que limpiar muerte. Si hay algo que aprendí de ser asesino, es encontrar el lugar exacto donde darle fin a la gente. Cada persona, de manera distinta, tiene un lugar específico para morir, sino lo hace allí, puede suceder que en un tiempo no se lo recuerde.
Él debe morir en la vereda, justo al salir del bar, cuando ya haya pagado su último café y tirado su viejo cigarrillo.
Tengo hambre, pero no puedo moverme de aquí. Alguien entra. Una mujer con un niño, busca con la cabeza a alguien, a él. Se está sentando, el niño quiere irse, solloza. La mujer habla mucho y le muestra papeles. Pensé que había resuelto todo en su vida, que sólo le quedaba morir. Esto no tiene sentido. No puedo pensar en el fin de alguien con tantas personas vivas a su alrededor. La mujer lo está acariciando, llora. El niño sube a su falda, juega con su collar de perlas. Él la rechaza, quiere que se vaya y se está enojando. Saca algo de su maletín, no son los cigarrillos, es dinero, mucho dinero. Se lo da. La mujer se va y lo saluda desde la puerta con el niño en brazos que llora con desesperación. Pero yo no escucho nada, no escucho los sonidos del fin porque estoy con Bach en los oídos, siempre he dicho que la música clásica permite que la muerte sea más hermosa. Otra vez solo, otro cigarrillo. Creo que me vio… debo esconderme, ¿a dónde?, gira su cabeza, no puede haberme visto, el plan era lo inesperado, pero algo no puede ser más esperado que esto.
Necesito que deje de estar en contacto con la vida. Debe separarse de esa aureola que nos envuelve cuando caminamos y sabemos que nuestro fin está lejos, pero que somos finitos. Debe resignarse, debe terminar de fumar, de ver televisión, de mirar a la gente reír, al mozo secar los vasos, a la cajera contar billetes, a los viejos planear la muerte.
Un momento, está por salir, toma su sobretodo de manera definitiva y se despide del olor a café. El sonido de Bach lo llama. Está hipnotizado. Sale. Mano en el bolsillo, revólver helado que entra en contacto con la mano, dedo en el gatillo. Pasos de esclavo, llega a la esquina, metros de la alcantarilla. Dedo en el gatillo, dedo en el gatillo, fuerza. Un silencio. Una caída. Sangre infinita.
1 comentario:
Pum!
Digno de mejor policial, Srta. Dupin.
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