No recuerdo si aún tengo memoria, por eso le pedí que escribiera todo lo que había olvidado.
No pensé que en un pequeño papel pudiera caber toda una vida, ella escribió dos frases: “corrí por el jardín”; “la mano de mi mejor amigo sobre la mía”, y eso me pareció suficiente, sin embargo me preguntó qué más podía escribir. Le pedí una semana para poder resucitar algo en mi memoria, y el único resultado fueron dos lágrimas.
Cada tarde veía a mis nietos llegar de la escuela y sentarse en el umbral de la puerta a comer caramelos, hablaban en un lenguaje ya ajeno al mío. Nada se parecía a mis recuerdos, era imposible encontrar algo que los represente. Fue entonces que descubrí el poder la memoria. Busqué fotografías de mi vida, y eran viejas como yo, alguna prenda especial, alguna canción o alguna poesía, no había coincidencia, yo quería decir otra cosa. Necesitaba encontrar la pureza de una imagen, próxima o lejana que me derribara alguna noche, esa sensación infantil de ser sueño o realidad que ahora no lograba. Todos los días empezaba a vivir y no sé qué quedaba atrás.
Los otros podrían ayudarme, quizá podría verme en alguien con los años que ya no tenía, alguno, de todos los que existen en este mundo podría parecerse a lo que fui y entonces sería muy fácil reconocerme. El espejo me devolvía una imagen vacía, un manojo de arrugas y una mirada perdida. Esa no quería ser yo, la mujer del tiempo que no se dio cuenta de su vulnerabilidad no me interesaba. Buscaba a la otra, a la que aún era pero nadie veía, y esa otra estaba escondida aquí dentro de mi cabeza, y yo no podía revivirla.
Mi hija seguía con la hoja en blanco esperando que yo la llenara.
Sin embargo, una mañana, mientras abría el ropero para cambiar esta figura desnuda, pude ver en la madera de la puerta una inscripción, una fecha, “10-07-45” , una muchacha joven me tomó el brazo y me sacudió, no sé de donde habría salido.
martes, 3 de noviembre de 2009
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